Ayudando a un amigo a estrenar ruedas

Pablo llevaba meses buscando un coche de segunda mano. Necesitaba un vehículo fiable para sus desplazamientos diarios, y aunque había explorado opciones en su ciudad, un anuncio en línea de un modelo que le interesaba especialmente, ubicado en Noia, capturó su atención. Así que, una soleada mañana de primavera, su amigo Carlos decidió acompañarle en lo que se convertiría en una pequeña aventura por la costa gallega.

El trayecto desde el sur de Galicia hasta Noia fue tranquilo, salpicado por las verdes colinas y los pintorescos pueblos que se suceden a lo largo de la carretera. Pablo repasaba mentalmente la lista de preguntas que debía hacer al vendedor y Carlos, con algo más de experiencia en la compra de coches de segunda mano, le recordaba los puntos clave a revisar: el kilometraje, el estado de la carrocería, la revisión del motor y la prueba de conducción. La anticipación crecía a medida que se acercaban a la villa noiesa.

Una vez en Noia, se encontraron con el vendedor en un pequeño polígono industrial a las afueras. El coche, un utilitario de color gris que prometía ser robusto y económico, esperaba aparcado. Pablo y Carlos se acercaron con ojo crítico. Carlos examinó los neumáticos, los bajos y los paneles en busca de golpes o reparaciones ocultas, mientras Pablo se centró en el interior: la tapicería, los mandos, el funcionamiento del aire acondicionado y la radio. El vendedor, un hombre afable, respondía a todas las preguntas con una paciencia encomiable.

Llegó el momento crucial de la prueba de conducción. Pablo se puso al volante, sintiendo la respuesta del motor en las calles de Noia y luego en una carretera más abierta. Carlos, sentado en el asiento del copiloto, agudizaba el oído ante cualquier ruido extraño, prestando atención a la dirección y a los frenos. El coche, para ser de segunda mano, se comportaba admirablemente bien. No había vibraciones raras, el cambio de marchas era suave y la suspensión parecía en buen estado.

De vuelta en el punto de encuentro, la conversación derivó hacia el precio. Tras una breve pero cordial negociación, en la que Carlos actuó como una especie de «asesor técnico» silencioso, Pablo y el vendedor llegaron a un acuerdo satisfactorio para ambas partes. La emoción de Pablo era evidente; por fin tenía un coche que encajaba en su presupuesto y sus necesidades.

Tras los trámites de la documentación, que el vendedor se encargó de iniciar, y el intercambio de llaves, Pablo se puso al volante de su «nuevo» coche. El camino de regreso a casa fue diferente. Ya no era un pasajero; ahora era el conductor de su propio vehículo. Carlos observaba a su amigo, con una mezcla de satisfacción y alivio. La misión de comprar coche segunda mano Noia había sido un éxito.